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Tomó su celular y alcanzó a introducir un mensaje.

¿Cuando dejará de doler?

Volviendo en sí, miró alrededor. No entendía que hacía ahí y mucho menos a esa hora. Debería de estar en casa viendo la última película que alquiló en Blockbuster. El humo del cigarro le empezó a provocar una especie de asma.

Sin embargo, no se movió. Decidió quedarse de pie observandolo todo. Ahora, lo único que quería (o necesitaba) , era una excusa. No la pidió realmente, solo pasó.

El mensaje no pudo ser enviado.

Momentos después, el fallido destinatario apareció vibrando en la pantalla del teléfono celular.

No contestó porque todos saben que es una tontería muy grande, contestar un celular en un lugar lleno de gente y con música a todo volúmen.

Voy para allá.

Uno que esperaba una excusa y la recibió. Otro que no la necesitaba en lo absoluto.

El destinatario empezó a llorar desconsoladamente y el muchacho recordó, abrazó y sintió un hormigueo por ahí en donde dicen que las cosas del corazón se conectan con las del cerebro.

Se acordó que ese lugar no existe realmente. Se siente como todo, pero, ¿si se siente, existe y visceversa?

Se hizo tarde, y el muchacho recordó de nuevo que no se suponía que debiese estar ahí, pero sabía que gracias a esa excusa, alguien dormiría un poco más tranquilo aquella noche.

Y la pregunta que nunca llegó a quien no necesitaba de excusas, le pareció tonta, egoísta y sin sentido. Pero el sentido es hijo primogénito de la razón, y el corazón es una hija desheredada peleada con la razón.

Have a nice day.

gritó la pantalla un segundo antes de los créditos...

y uno ya no sabe que pensar.